
Por fin, después de millones de años sin ir a una playa decente, este fin de semana nos fuimos a Choroní. Sin importar las curvas ni la larga y accidentada travesía, cuando llegamos sentimos que la vida nos regaló un merecido premio por habernos portado bien durante todo el año y por haber trabajado tanto.
Ir a la playa para mí es uno de los placeres más gratificantes que existen. Sin embargo, entre el trabajo de Guill que ya nos deja con sólo dos fines de semanas libres al mes y mis freelance que a veces coinciden con los libres de él, nunca podemos ir. Pero, este fin de semana todo se conjugó para que pudiéramos darnos un merecido descanso.
Choroní es un pueblo muy pintoresco al cual se llega después de superar una horrible carretera de curvas que atraviesa el parque nacional Henry Pittier. El pueblo es muy lindo, sin embargo, las dos veces que lo he visitado sólo estoy en él para lo básico: comer y dormir. Nunca he recorrido sus calles ni me he instalado en la noche en el malecón a escuchar los tambores que deleitan a los visitantes a la luz de la luna; me limito a llegar al pequeño y descuidado embarcadero para tomar un peñero que nos lleve a alguna de las playas cercanas. Hay tres opciones: Chuao, Cepe y Uricaro.
El sábado fuimos a Cepe, que yo no conocía. El mar estaba bastante picado y llegar a esa playa fue un poco traumático para nuestros órganos y nuestro trasero que rebotaba fuertemente contra el asiento cada vez que la lancha saltaba en las olas. La playa es muy bonita, pero no es tan espectacular. Además el recorrido es bastante largo y cuando el mar está alborotado no es tan fácil.
El domingo fuimos a Uricaro, adonde ya habíamos estado en otra oportunidad y nos había parecido un paraíso. Esa playa sigue siendo un paraíso perdido en el medio de nuestras costas. No había gente, la playa es absolutamente cristalina con una arena muy blanca que la hace única. El viaje no fue para nada traumático porque el mar parecía una seda y el día estaba perfecto. El lugar estaba solo, estuvimos todo un día de playa con unos kilómetros de arena para nosotros cinco (y un gringo que llegó tarde pero como gringo al fin en playa, pasó desapercibido).
Relax total, me hacía falta, me llené de energía y de cosas positivas. Cargué las pilas para seguir adelante con todos los retos cotidianos. Uno de mis deseos de año nuevo se está cumpliendo: ir a la playa y pasar con mi esposo tiempo de calidad.
Me encanta.
1 comentario:
El siguiente comentario será repartido entre el blog de Lucanor y el tuyo, porque a Choroní fui una sola vez y no puedo comentar más que eso. A tí te tocará lo positivo. Comencemos:
Puerto Colombia es una tripa. Es un pueblito sabroso para caminar y eso es algo que agradecemos los caraqueños. Además, es un pueblo que siempre está dispuesto, bochinchero, con la cerveza fría en toda taguara y con la comida divina en todas partes (siempre que elijas pescado o frutos del mar). Hay momentos en los que uno siente que ha pasado allí toda su vida porque la gente lo trata a uno como si lo conociera, y a pesar de lo turístico que es de alguna manera conserva esa franqueza pueblerina que fascina. Yo también fui a Cepe, pero tuve la suerte de no encontrar gente, así que lo disfruté muchísimo. Es super agradable la temperatura del agua, el resplandor de la rena y el hecho de que a pesar del solazo corre una brisa fresca. Pero el recorrido siempre es duro... no he conocido a nadie que no le haya tocado el mar "picado" (a mí me tocó más bien arrecho), pero eso se te olvida cuando te bañas y te ves bronceadito y lleno de energía solar.
Si no fuera porque en verdad no me gusta la playa, los envidiaría por el viaje... ¡¡¡pero igual los felicito!!!
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